La Virgen de Luján o Nuestra Señora de Luján, es una de las advocaciones con la que se venera la figura de la Virgen María en el catolicismo. Se la considera patrona de Argentina.
La imagen original es pequeña y sencilla, de unos 38 cm de altura, realizada en arcilla cocida y representativa de la Inmaculada Concepción. Los hechos que se sucedieron en torno a ella y que determinaron su permanencia en las cercanías del río Luján en el siglo XVII fueron interpretados como providenciales por los fieles católicos. Desde las primeras marchas obreras hacia la basílica de Nuestra Señora de Luján a fines del siglo XIX, hasta las multitudinarias peregrinaciones anuales en el presente, que han superado largamente el millón de personas, Nuestra Señora de Luján se ha convertido en una imagen emblemática, que convoca las mayores manifestaciones de fe de la Argentina. Hoy se la considera uno de los símbolos de la cultura de ese país.
Descripción:
Su medida: solamente mide 0,38 centímetros de alto. Con su corona, aparenta tener mayor altura. Sus vestiduras sobrepuestas hacen que, de Ella, se vean solamente las manos, el cuello y su rostro.
Sus facciones: bien proporcionadas.
Su rostro: ovalado.
Su semblante: modesto, grave y al mismo tiempo dulcemente risueño.
Su frente: espaciosa.
Sus ojos: grandes, claros y azules.
Sus cejas: negras y arqueadas.
Su nariz: algo aguileña.
Su boca: pequeña y recogida.
Sus labios: iguales y encarnados.
Sus mejillas: sonrosadas.
Su rostro: de color moreno.
Su Mirada: un tanto hacia la derecha, aunque deteniéndose en la misma, parece que nos sigue con su mirada donde quiera que nos coloquemos.
Sus manos: delicadas y bien formadas. Juntas y arrimadas al pecho en actitud de orar.
Sus pies: descansan sobre unas nubes, de las que emerge la media luna que tradicionalmente se pone a las plantas de la Virgen Inmaculada.
Materia prima: la Imagen ha sido fabricada con arcilla cocida.
Entre las nubes: descuellan cuatro graciosas cabecitas de querubes, con sus pequeñas alas desplegadas, de color ígneo.
Corona de la Virgen
Decidido el Padre Salvaire a lograr la Coronación de la Virgen, buscó los medios que hicieran posible ese sueño. Dándoles preferencia a las damas de Buenos Aires y de Luján para que donaran sus joyas, las obtuvo de ellas sin titubeos, metal precioso que se empleó en la confección de la Corona. Teniendo ya la materia prima para la Corona, entrevistó a obispos de distintas diócesis para que le concedieran las respectivas credenciales y así poder acceder a un encuentro con el Papa León XIII. Satisfecho con los resultados de su gestión, parte rumbo a Europa. En París encuentra a un excelente orfebre para que realice la obra de arte. Con la Corona en sus manos, Salvaire viajó a Roma, y haciendo valer las credenciales de las diócesis y las razones para entrevistarlo, solicita la correspondiente audiencia a Su Santidad el Papa León XIII. El 30 de septiembre de 1886, el Santo Padre le concede la audiencia. El Padre Salvaire, en la entrevista, se refiere repetidamente a la Virgen de Luján, explicando al Santo Padre, en detalle, la admiración y devoción de todo el pueblo argentino para con Ella. El Papa ya estaba enterado de todo lo que ocurría en la Argentina y la devoción de su pueblo para con la Virgen de Luján.
Tomó la Corona entre sus manos y asombrado por su belleza, en ese mismo momento la bendijo.
Salvaire obtuvo a continuación la debida autorización del Papa para que el Arzobispo de Buenos Aires, monseñor Federico Aneiros, coronara a la Virgen en su nombre.